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Morella conserva una peculiar Semana Santa que iniciaron los franciscanos en el siglo XII

Procesiones y tambores, devoción y tradición, gastronomía especial y diferentes visiones de un tiempo bautizado como Santo, marcan esta semana el carácter de nuestra comarca. Una celebración, a veces íntima y a veces multitudinaria. Unos días con solemne semblante devoto, y otros con marcado carácter festivo. Todos ellos, por otra parte, con afluencia masiva de visitantes en estas tierras.

Una semana antes del viernes santo, el grupo de tambores y bombos pregona la celebración de la Semana Santa. Alrededor de sesenta tambores y bombos, impulsados por jóvenes, algunos de ascendencia maña, tierras de dónde hemos importado esta tradición, recorren las calles morellanas para imponer unos ritmos que marcaran los pasos de la tradición.

Dos días después comienza oficialmente la Semana Santa: el Domingo de Ramos sigue siendo una jornada especial a pesar de que las principales procesiones o se han trasladado o han dejado de celebrarse. En Morella el romero, en Vilafranca el enebro, aromáticas y palmas en todas las poblaciones son bendecidas rememorando la entrada de Jesús en Jerusalen aclamado como Mesías. En Morella, el romero bendito, se coloca, formando una cruz, en los balcones y ventanas como protector de rayos y tormentas.

Las procesiones en nuestra comarca, parece que están recuperando el esplendor que tuvieron. El ánimo de no perder esta parte de nuestro patrimonio, está patente en el esfuerzo de las diferentes cofradías o asociaciones [1] que están recuperando elementos perdidos con el tiempo, y restaurando o mejorando los que quedaban. Una de las procesiones que resultan más atractivas, ya que no se conoce que se haga de esta manera en ningún otro lugar, es la del Jueves Santo. En ella las curolles, es decir, los miembros de las cofradías vestidas con el hábito rematado cónicamente, portan en sus manos los misterios, que no son otra cosa que diversos objetos y elementos que formaron parte de las últimas horas de Jesús y su posterior muerte en la cruz.

La devoción se mezcla con la gastronomía, y en este apartado sobresalen “les rosques”: saladas o dulces [2], tradicionales o importadas de otras comarcas vecinas, servirán de complemento a las meriendas de los días pascuales. Curiosamente, es el pueblo más pequeño de la comarca -y de toda la Comunidad Valenciana-, Castell de Cabres, el que realiza la Rosca más grande. Para su confección son necesarias seis docenas de huevos, de las cuales tres son para la masa, y las otras tres decoran la monumental Rosca que se rifará el lunes de Pascua, en medio de un completo programa de actividades.